viernes, 25 de febrero de 2011

CÓMO HABLAR CON SABIDURÍA

"¡OJALÁ me hubiera callado!" ¿Se ha dicho alguna vez esto a sí mismo? Sin duda, a todos nos resulta difícil controlar la lengua. Aunque es posible domar a casi todos los animales, "a la lengua, nadie de la humanidad puede domarla". ¿Deberíamos entonces renunciar a intentarlo? Claro que no.
A continuación repasaremos algunos principios útiles para controlar mejor esta pequeña, pero poderosa, parte de nuestro cuerpo.
• "En la abundancia de palabras no deja de haber transgresión, pero el que tiene refrena­dos sus labios está actuando discretamente.” Cuanto más se habla mayor es el riesgo de decir algo insensato o incluso dañino. De hecho, la lengua sin freno que esparce chis­mes y calumnias perjudiciales se asemeja a un fuego que rápidamente se propaga. Sin embargo, cuando tenemos refrenados nuestros labios, es decir, pensamos antes de ha­blar, tomamos en cuenta el efecto que pudieran tener nuestras palabras. Si lo hacemos, se nos co­nocerá por nuestra discreción y nos ganaremos el respecto y la confianza de los demás.
• "Toda persona tiene que ser presto en cuanto a oír, lento en cuanto a hablar, lento en cuanto a ira." Otras agrade­cen que las escuchemos atentamente cuando nos hablan, pues de esa forma no solo demostramos interés, sino también respeto. Pero ¿y si alguien nos hace un comentario que nos duele o nos pro­voca? Entonces es cuando hay que tratar de ser "lento en cuanto a ira" y no reaccionar de la mis­ma forma. ¿Quién sabe? Tal vez la persona esté de mal humor por alguna razón y puede que luego se disculpe. ¿Le resulta difícil ser "lento en cuanto a ira"? La solución esta en ser disciplinado con uno mismo para tener el autodominio que se necesita.
• "Una lengua apacible puede quebrar un hueso." Contrario a lo que sue­le creerse, la amabilidad es señal de fortaleza. Por ejemplo, una respuesta apacible puede vencer una oposición cuya dureza y firmeza podría com­pararse a la de un hueso, y que tal vez sea produc­to del enfado o del prejuicio. Indudablemente, a veces no es fácil ser apacible, sobre todo en situa­ciones de tensión. Por ello es bueno meditar en las ventajas que trae y por el contrario en las posibles consecuencias el no ser apacible.
Cuando usa­mos la lengua de forma sabia, nuestras palabras se vuelven dignas, agradables y edificantes, per­fectas para la ocasión, como "manzanas de oro en entalladuras de plata".